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El Reino del Olvidado

Actualizado: 8 abr


El Olvidado
Allí, en el abismo sin luz, sin sonido, sin calor, fluye la esencia del Olvidado: voluntad sin conciencia, sin discernimiento. Su nombre, ni las estrellas recuerdan, y aun así no se atreven a desafiarlo. Es la voz epónima de la locura, sinónimo del caos.

En el centro insondable del vacío infinito, donde las leyes del universo se tornan inefables, mora el caos primordial, sin forma ni razón, un pulso eterno que emana sin comprensión. Su voz marca el compás de estrellas, galaxias y hombres mortales. El espacio es su tambor, la materia su baqueta, el tiempo un metrónomo; la creación, su canción. En el abismo sin luz, sin sonido, sin calor, fluye la esencia del Olvidado: voluntad sin conciencia, inteligencia sin discernimiento. Su nombre, ni las estrellas recuerdan, y aun así nadie se atreve a desafiar la voz de la locura.


Entre mortales, son pocos —quizá uno solo en cada generación— los que escuchan la canción del abismo. Ecos vacíos de una expansión más antigua que el tiempo, más vasta que el espacio. El caudal de la nada todo lo devora, llevándose consigo la memoria, de aquel que busca escuchar su historia. El Olvidado no piensa ni siente; es pura materia en caos. Su llamado, si puede llamarse así, llega como un susurro, cargado de saberes prohibidos, accesibles solo a quienes saben escuchar. Un viento cósmico que arrastra a la ruina la cordura del que responde. Mientras el hombre que orgulloso se sienta un trono de gloria. Dormido en el arrullo de la lógica y la razón, escribe himnos de sabiduría y sentido. En torres de cristal, en carrozas de oro, se cubre los oídos ante la canción del olvido, pretende huir de la locura, esconderse bajo una manta de significado, la esperanza mundana distracción; el propósito, una ilusión.


El olvido aguarda. Su reino se extiende: un vacío que existe por sí mismo. De su silencio opresor, nadie ha escapado. Las estrellas, los cielos, los reinos de primates: todos danzan al son del Olvidado, su opresión, estrofas de angustia, estribillos de desesperación. No hay palabra que describa su presencia, ni pensamiento que comprenda su propósito —si acaso existe alguno. Solo queda el abismo, devorando cuanto toca, y la sensación de que, en algún rincón de ese caos, tal vez… solo tal vez… lo que alguna vez fue ya ha dejado de ser.

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