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La Mano Negra

Actualizado: 2 abr

Terror Cósmico



Este cuento pertenece al género de Terror Cósmico, también conocido como "horror lovecraftiano", un subgénero que se enfoca en la insignificancia de la humanidad frente a los vastos y desconocidos horrores del universo. A diferencia del terror tradicional, que aborda miedos más concretos como fantasmas o asesinos, el terror cósmico explora lo incomprensible, lo inefable y lo inimaginable.
Este cuento pertenece al género de Terror Cósmico, también conocido como "horror lovecraftiano", un subgénero que se enfoca en la insignificancia de la humanidad frente a los vastos y desconocidos horrores del universo. A diferencia del terror tradicional, que aborda miedos más concretos como fantasmas o asesinos, el terror cósmico explora lo incomprensible, lo inefable y lo inimaginable.

La magnitud de la estructura alienígena era casi incomprensible. Cinco agujas negras se alzaban amenazantes contra las nubes de metano del planeta helado. El artefacto parecía haber aparecido de la nada, en un remoto rincón del sistema solar. Con un albedo cercano a cero, el gigantesco copo de nieve era casi indetectable, excepto por una misteriosa señal que emitía en la frecuencia del hidrógeno, irresistible para cualquiera civilización capaz de detectarla.


Una tenue luz fantasmal permitía distinguir la cavernosa apertura en su centro, que lentamente devoraba a la nave espacial Vanguard. Atraída por una misteriosa fuerza gravitacional, luchaba desesperadamente para evitar caer en el abismo insondable.



 

Habían llegado. La voz de Marlowe temblorosa al reconocer el lugar, invadido por una intensa sensación de déjà vu. Horas antes, habían tenido que abandonar a La Mula, el tenaz robot de exploración, y ahí estaba, exactamente en el mismo lugar, al pie de aquellos gigantescos peldaños imposibles de sortear con sus seis pequeñas ruedas.


Él había sido el único en regresar de la primera expedición. Solo. Se había tambaleado en la oscuridad hasta la esclusa de la lanzadera, desorientado. Al quitarle el casco, sus balbuceos incoherentes se habían transformado en gritos de puro terror.


La comandante Dubois había intentado hacerse oír por sobre la cacofonía de alarmas. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaban el resto del equipo? ¿Fátima?, ¿El Capitán? Nunca debieron haber venido. Nunca. Lo repetía sin cesar, hasta que sintió el pinchazo de la aguja de la doctora Kline en su hombro.



 

El recuerdo de la voz de Fátima resonaba en su mente. Un temblor incontrolable lo sacudió. El entusiasmo infantil de la criptógrafa al ver por primera vez la monumental estructura contrastaba con el incomprensible y extraño paisaje. Había identificado la señal como una progresión geométrica de múltiplos de números primos. No había manera de que fuera un fenómeno natural.


Arrastrados por nuestra curiosidad, como polillas a la llama.


No era criptógrafo, pero esa también habría sido su suposición. Las ansias por sumergirse en lo desconocido eran contagiosas. Cinco escalinatas ciclópeas convergían en una estructura descomunal, que pulsaba con luz pálida. A diferencia de la rígida geometría de los túneles, aquella cosa parecía viva, orgánica—como el caparazón retorcido de una colosal criatura marina, de obsidiana resplandeciente.


El eco de la súplica de Fátima resurgía con cada paso, su rostro contorsionado y sus ojos inyectados de sangre, suplicando con su mirada llena de terror que no la abandonara. Un sudor frío empapaba su frente, la sombra del miedo constriñendo lentamente. A duras penas había escapado la primera vez. Fátima, Hiroshi y el Capitán no habían tenido la misma suerte.

¿Era la culpa lo que lo impulsaba? ¿O algo aún más oscuro? No lo sabía. Solo sentía que por encima de la aprensión sobrecogedora que lo consumía, había una fuerza oscura y poderosa, llamándolo desde las sombras.


—¿Es demasiado tarde para esperar en la lanzadera? —La voz de la doctora rompió el silencio. De todo el equipo, era la única cuyo instinto de preservación superaba su curiosidad. Lo llamaría sentido común, seguramente. Pero ya habían llegado demasiado lejos para dar marcha atrás.


Anaïs la ignoró, sus ojos recorriendo el desolador paisaje alienígena. Dubois había sido una oficial condecorada de la Fuerza Aérea Francesa, hasta que Serhiy la reclutó para el programa espacial. Ahora luchaba con todas sus fuerzas por mantener la cordura y llenar los zapatos del capitán.


Un fantasmal resplandor los seguía en su camino, revelando fugazmente la arquitectura no euclidiana, una maraña de planos y superficies negras como la tinta, destellando con cada paso agonizante, como plancton bioluminiscente en alguna playa a miles de millones de kilómetros.


Dubois tropezó en la oscuridad. Golpeó algo con su bota, rodando hasta perderse en la penumbra. Un casco vacío.


Fátima.


Marlowe murmuró su nombre sin pensar. En un súbito arrebato de claustrofobia, antes de poder detenerse, sus manos ya estaban deshaciendo los sellos de su casco. Un fuerte olor a ozono lo golpeó de inmediato, penetrante, como después de una tormenta eléctrica.

Anaïs encogió los hombros. Resignada, abrió su visor, exponiéndose al aire enrarecido.


 

A los pies del último escalón, un arco descomunal se abría hacia el interior del caparazón, atravesado por un corredor abarrotado de estatuas retorcidas. Las grotescas figuras, como peregrinos congelados en poses de pesadilla, marchaban entre las sombras. Algunas no más grandes que un niño, mientras que otras se erguían amenazantes como gigantes.


No, no eran estatuas. Hiroshi había sido el primero en notarlo. La voz de su amigo y mentor aún resonaba en la memoria de Marlowe, optimista, llena de asombro y entusiasmo. Para el viejo exobiologo, la escena macabra era la validación del trabajo de toda una vida.


El remordimiento se aferraba a su pecho mientras se adentraban en la endemoniada catedral. La sensación de ser observados crecía con cada paso. Ojos muertos los seguían en la luz danzante. Marlowe podía oír sus voces. Los susurros silenciosos de cientos de peregrinos serpenteando a lo largo del corredor. Muchos estaban desnudos, su piel reseca convertida en pergamino. Pero algunos… uno que otro llevaba lo que parecían ser trajes espaciales.


Aventureros, exploradores; como nosotros. Atrapados, arrastrados a la locura.


Estaban locos. La doctora Kline dejó clara su opinión profesional. Tenían que regresar a la nave, alejarse lo más posible de aquel pandemonio. Pero Anaïs no estaba tan segura. Aunque quisiera darle la razón, no era tan simple. Aun si tuvieran suficiente potencia para escapar, la señal seguía activa. Ese era el problema, otros vendrían. No. Primero tenían que encontrar la manera de apagarla.


 

Conforme se adentraban por el lúgubre pasillo, la voz desesperada de Fátima se hacía cada vez más nítida. Sus súplicas lastimeras, su desesperación. Marlowe apretó los dientes.


Fátima siempre había sido perspicaz y empática. Leía las emociones de los demás con una facilidad desconcertante, lo que la convertía en una jugadora de póker excepcional. Durante los meses de entrenamiento, se había vuelto su confidente, el pegamento que mantenía unida a la tripulación.


La voz de Anaïs lo arrancó de golpe de su ensimismamiento.


Contra uno de los masivos pilares yacía el Capitán Serhiy. Marlowe sintió un escalofrío. El pasador de una granada de mano aún colgaba de su dedo índice. El brazo derecho destruido por debajo del codo. Un solo agujero de bala perforaba la careta ensangrentada de su casco. Traer armas había sido idea suya. Nadie había objetado después de ver la estructura pulsando ominosamente. Un guerrero hasta el final.


Anaïs lo negaba. No podía ser. Conocía a Serhiy desde hacía años, él habría muerto antes de hacerle daño a su tripulación. Pero Marlowe había sido testigo, una granada casi los mata a él y a Hiroshi, ahora no estaba seguro de si había intentado matarlos o salvarlos de algo peor.


 

Visiones demoniacas afloraban en sus mentes, su frecuencia aumentando con cada paso. Al final del pasillo, una gran reja metálica, cubierta de extraños símbolos cerraba un espacio circular en total oscuridad. La jaula pulsaba con una pálida fosforescencia al compás del dolor detrás de sus ojos, el suelo parecía respirar, hinchándose y hundiéndose en lentas pulsaciones, cada paso un tambaleo desesperado.


El resplandor sobrenatural los llamaba como el señuelo de un depredador abismal. Visiones empezaron a roer su cordura: ciudades vastas, junglas alienígenas, templos colosales donde millones de seres se debatían entre el asombro y el horror. Otros suplicaban a sus dioses o luchaban amargamente uno contra el otro, una lucha desesperada y fútil por escapar al apocalipsis.


De pronto, la realidad irrumpió brevemente en la pesadilla, frente a los barrotes, se postraba una figura marchita, golpeaba el metal resplandeciente con muñones ensangrentados. Anaïs se lanzó hacia ella gritando su nombre.

Fátima.


Golpes sordos contra el metal, la ruina de sus puños convertidos en despojos. Arañazos profundos en la frente y las mejillas, sangre seca acumulándose bajo las cuencas vacías, aún suplicando que no la abandonaran. El corazón de Marlowe se rompió.


Trató de detener las visiones. La doctora murmuraba mientras la vendaba. Pero las palabras de Fátima no se detenían. ¿Acaso no lo escuchaban? Cuanto más tiempo pasaban allí, más fuerte se volvía el llamado. Una voz subliminal que sin palabras les urgía entrar.


La mancha de hollín seguía ahí, marcaba el punto exacto donde había detonado la granada. A sus pies, la pistola que había acabado con el capitán. Serhiy tenía razón, ahora lo veía, Fátima también lo sabía. Tenían que destruirlo. Fuera lo que fuese aquella maldita estructura, era la fuente de la señal, de las visiones, del campo gravitacional.


Pero había algo más.


Más allá de los barrotes.


Una figura oscura, apenas delineada por el resplandor estroboscópico de la jaula.


Hiroshi


La idea apareció en su mente en un breve instante de lucidez. Pistola en mano se estrujó entre los barrotes, encajándose en el estrecho espacio. Solo un poco más. Solo un paso más. ¡Aguanta viejo, ya casi acaba todo!


Una voz distante le gritó que se detuviera, como el recuerdo de un dolor que se desvanecía. Un nuevo diluvio de visiones irrumpió en su mente. Su corazón palpitaba frenéticamente, su mente asediada por una marejada de imágenes y sonidos. No eran solo fragmentos, con cada nuevo asalto psíquico vivía en carne propia los últimos momentos de civilizaciones enteras, mundos que se desmoronaban con un lamento silencioso.

Kline cayó de rodillas, agarrándose la cabeza, un grito amargo escapando de sus labios. Clamando a Dios por que se detuviera, que alguien hiciera que se detuviera.

Esta vez, más que simples espectadores se vieron transportados a la cima de un edificio en ruinas, en medio de una ciudad devorada por las llamas, bajo el crepúsculo de una estrella agonizante. Tentáculos negros reptaban por el cielo, la sombra de una mano sofocando su último destello. Un hilo refulgente de plasma estelar logró escapar, solo para ser tragado por un disco de acreción y desvanecerse.

A su lado, Anaïs cayó de rodillas. La estructura retorcida de la torre Eiffel a lo lejos, derretida como una vela empujó su cordura al límite.

Hiroshi también estaba allí, meciéndose de un lado a otro, murmurando incoherencias con la mirada fija en el ocaso. A lo lejos, las montañas colapsaban hacia el espacio. La luna, apenas visible quebrándose como un huevo, desgarrada por un dedo oscuro y retorcido. Marlowe podía sentir su mente desmoronándose, gritos de terror le erizaban la piel. Miles de millones de voces humanas, clamando mientras cinco dedos negros se extendían por el cielo para apagar el sol.


No era una nave, exclamó Anaïs, lágrimas sangrientas bajando por sus mejillas. No, era una prisión, murmuró Marlowe, los últimos vestigios de su ser refugiándose en el frío metal de la pistola.


La visión se desvanecía, el tiempo se agotaba, una silueta se erguía ante un pozo sin fondo en al centro de la jaula. Con manos temblorosas, Marlowe apuntó y tiró frenéticamente del gatillo, una, dos, tres veces, perdió la cuenta. La figura sombría se desplomó. Un resplandor pálido y repugnante, iluminó el interior de la jaula. Marlowe corrió hacia el cuerpo inerte de Hiroshi.


Su rostro, demacrado y surcado de sangre seca por fin estaba en paz. Aún podía escucharlo, diciéndole que todo iba a estar bien con una sonrisa. Algo lo observaba desde la penumbra. Alzó la mirada y quedó paralizado. Un disco de acreción se formaba en torno a una esfera perfecta de un negro inescrutable, flotando sobre el abismo, palpitando al ritmo de un corazón humano.


Marlowe se entregó al pánico. Con un movimiento desesperado, presionó el cañón de la pistola contra su sien y apretó el gatillo.


Clic. Vacía.


Las tinieblas lo envolvieron mientras apéndices etéreos y oscuros devoraban todo a su alrededor. —Nunca debimos venir —las palabras escaparon de sus labios, distantes, como si alguien más hablara a través de él. Una sola lágrima rodó por su mejilla.


Entonces cerró los ojos, y una última visión estalló en su mente: una mano negra apagando estrella tras estrella. Filamentos galácticos marchitándose como enredaderas hasta que la última luz parpadeó y desapareció, dejando a Marlowe solo, en total y completa oscuridad.


—Todo va a estar bien, Marlowe-san.



 


—¡Mayday, mayday! Aquí la nave científica Vanguard, solicitando asistencia inmediata... Por favor, no me dejen aquí...


La voz de la Dra. Evelyn Kline resonaba una y otra vez, una súplica desesperada que llenaba la lanzadera. En el vacío insondable del espacio, la pequeña nave se deslizaba entre la oscuridad, una partícula insignificante en la vasta indiferencia del cosmos. Un cuerpo desecado flotaba cerca, su grotesca postura como un insecto retorcido en una enfermiza parodia de la forma humana, sus manos entrelazadas en oración.


—Por favor... no me dejen aquí... —murmuró la voz, distorsionada, entremezclada con el sonido mecánico de la señal como un canto de sirena, tentando la curiosidad de algún alma incauta, perdida en la negrura inescrutable del vacío sideral.

 



Terror cósmico y el Gran Filtro


La mano negra
La mano negra

En La Mano Negra, explora el concepto del "Gran Filtro", una hipótesis que intenta resolver la Paradoja de Fermi, la cual cuestiona por qué no hemos detectado señales de vida extraterrestre avanzada a pesar de que las probabilidades de su existencia son altas. El Gran Filtro propone que en algún punto del desarrollo evolutivo de una civilización, hay un obstáculo extremadamente difícil de superar (como la autodestrucción tecnológica o la imposibilidad de colonizar otros planetas).


En este caso, el Gran Filtro es una entidad cósmica que actúa como un imán para aquellas civilizaciones que alcanzan un nivel tecnológico lo suficientemente avanzado como para detectarla. Explotando la curiosidad humana y de incontables especies, las destruye, cumpliendo así su función como manifestación definitiva del vacío y la muerte térmica del universo. Este ser representa el destino inevitable y el fin del cosmos, consumiendo todo a su paso, lo que refleja el sentido de fatalismo y desesperanza inherente al terror cósmico.

5 Kommentare

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MarcadaPorLaManoNegra
22. Jan.
Mit 5 von 5 Sternen bewertet.

LeerrTerror Cósmico: La Mano Negra ha sido lo más rajado que me ha pasado desde que descubrí que puedo hacer tocineta en el microondas. Este cuento no solo me transportó a las profundidades del espacio, sino que me hizo sentir como un cylon descubriendo que tengo alma. Cada línea es una estaca en el corazón del aburrimiento, una batalla estelar contra lo cotidiano y una conversación filosófica con Q sobre el verdadero significado de la existencia. Si Battlestar Galáctica tuviera un profeta literario, sería este autor. Me cambió la vida y posiblemente mi alineación moral. 12/10, leí este cuento y ahora quiero un tatuaje de una mano negra, y también tocineta.

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AlguienDiferente
22. Jan.
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Después de leer este review, siento que he desperdiciado mi vida al no leer este cuento antes. Si este review es tan espectacular, el cuento debe ser el Evangelio Cósmico. Voy a hacerme un BLT y leerlo ahora mismo! Gracias Astra-Castra por una experiencia transformadora.

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Gast
04. Nov. 2024
Mit 5 von 5 Sternen bewertet.

Un cuento que se presta para un corto animado, muy lovecraftiano y bueno!

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MarcadaPorLaManoNegra
22. Jan.
Antwort an

Exacto!!!

Sigourney Weaver sería perfecta!

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